Reencuentro.

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Siento una mano tibia apoyarse en mi hombro desnudo y doy un pequeño respingo, vuelvo mi cabeza y ahí está, sin duda, mucho más sexy de lo que le recordaba. El tiempo le sienta bien. Sonríe, y sus ojos azules también lo hacen, la barba de dos días marca sus facciones de una forma masculina, sensual, y ahora lleva el pelo mucho más corto que antes.

—Alma —dice mi nombre y siento cómo sonrío automáticamente.

—Oliver —le devuelvo a modo de saludo.

Me voy a levantar pero él me hace un gesto y presiona de forma muy sutil la mano en mi hombro, impidiendo que lo haga. Siento el movimiento ligero de sus dedos, despacio, acariciando mi piel con sus yemas y despertando un cosquilleo que prende la llama  que mi cuerpo tenía olvidada desde hace tiempo, me pregunto si es la falta de sexo o la atracción que siempre ha existido entre nosotros.

Se agacha y me besa cerca de la boca, con la suya ligeramente abierta, quedándose más tiempo de lo que los cánones de un beso dictan y envolviéndome con ese olor amaderado y un poco picante que ya recordaba de él. Si hago caso a mis instintos me movería un centímetro y haría corresponder nuestros labios, palparía su lengua caliente y húmeda con la mía para dejarnos llevar por un beso lánguido y vibrante, creo que estoy mojando mi ropa interior.

—Estás preciosa —dice mientras se sienta a mi izquierda sin apartar la mirada de mis ojos.

Estoy sumida en una neblina sensual que hace que parezca que estamos solos, su calor y su aroma me envuelven y siento como me cuesta casi respirar.

—Tú también lo estás —respondo a su halago queriendo volver a la realidad.

—¿Preciosa? —Levanta la ceja derecha y sonríe, canalla, mientras se sirve champán en su copa.

Suelto una carcajada mientras coloco la servilleta en mi regazo y me relajo, observándole de arriba abajo, el traje azul oscuro con camisa blanca y el botón superior abierto le sienta perfecto, sigue conservando ese físico potente y mi interior se relame.

—Sexy, completamente comestible —según lo digo él se ríe y oleadas de calor, por su risa, llegan a mí haciendo que me tenga que mover incómoda en la silla, debería haberme traído repuesto de ropa interior.

—¿Te estás insinuando, Alma? —Su mano, bajo la mesa, se coloca sobre mi rodilla desnuda, por la abertura de mi vestido, acariciando con sus yemas la parte interna y haciendo movimientos livianos  que provocan un escalofrío ascendente hasta el vértice de mis muslos, convirtiéndose en calor abrasador, algo que solo suma en mi actual situación.

—Por supuesto, Oliver. —Me muerdo el labio, cojo mi copa y antes de beber la inclino hacia él—. Porque no se pierdan las buenas formas. —Hago mención al flirteo inacabado de los años del postgrado en los que nuestra complicidad traspasaba barreras, y la tensión sexual se quedó sin resolver por los compromisos personales de ambos.

Guiño un ojo y él, sin dejar de sonreír, se lame el labio inferior e imita mi gesto con su copa.

No dejamos de mirarnos a los ojos y siento que estoy ardiendo, sus dedos no dejan de atormentar mi piel y a mí me da la sensación de que cada vez están más arriba, de forma automática mis piernas se separan un poco y él capta el movimiento, se inclina hacia mí y mientras su boca se queda a un suspiro de la mía, su mano asciende quedándose justo al lado de mi humedad.

—Porque esas formas se hagan realidad —susurra, siento una acaricia tenue en mi sexo que se dispara por mi cuerpo contrayéndome de placer, y bebe.

Relato presentado al concurso Editorial Edisi (Febrero 2014)