Noches sin Luna. Capítulo #4 …

#4

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Es posible que mi obsesión sean las fresas. Miro el bocadito, helado y blanco, y lo muerdo, el yogur griego deja paso a la fruta roja congelada y disfruto cerrando los ojos.

No puedo dormir. Estoy en la terraza de mi habitación leyendo el libro erótico a la luz de una gran vela anti mosquitos que da una luz increíble. Hace calor, y el postre, además de ayudarme a despejar mi mente algo embotada por los daiquiris —iban más cargados que los que yo me hago en casa—, me está refrescando.

—¿Tú tampoco puedes dormir?

Levanto la cabeza del libro y me incorporo. La voz de Breixo viene de mi derecha. Y le veo a él iluminado tenuemente por la luz de su terraza inferior.

—Hace mucho calor. —Dejo el libro en la mesa, cojo mi bol de fresas heladas y me acerco hasta el muro de la terraza. Mal hecho; va sin camiseta, y no sé si agradecer a la luna que no esté, porque estoy segura de que me desintegraría si me hiciera testigo de los claroscuros de ese cuerpo bañado por  sus rayos—. ¿Qué tal tu amigo?

—Oh… —Asiente y mira hacia atrás, como si el mencionado pudiera aparecer—.  Se ha roto el dedo meñique.

—Vaya, qué faena.

—Creo, por lo que lo conozco, que no va a hacer mucho caso de las indicaciones del médico.

Aprovechando la ligera oscuridad, que actúa como mi aliada, y que mis ojos se han adaptado a ella para poder percibirle, me deleito viéndolo apoyarse en el murete de su terraza. ¡Madre mía los brazos que tiene!, y, queriendo evitar que mis babas se descontrolen, me como otra pieza de fruta, esta vez es una frambuesa y reprimo el gemido por su sabor.

Es un momento perfecto. Aunque voy a tener que hablar si no quiero que termine porque él se largue muerto de aburrimiento.

—¿El rato en urgencias os ha cortado la noche? —pregunto, después de tragar—. ¿No habéis salido?

—Pablo y Saúl se han ido a tomar algo. ¿Has vuelto pronto de la playa?

—Lo que he tardado en beberme la copa. Gracias, por cierto, muy amable de tu parte. Estoy en deuda contigo.

—Lo he hecho para eso, para que me debas… algo —bromea, o eso parece, pero a mi cuerpo le da igual y solo piensa en pagárselo en carnes.

Estoy desatada, venirme de vacaciones sola está siendo un descubrimiento para mí.

—¿A qué te dedicas? —Decido irme por los cerros de Úbeda porque, si no, esto se convertirá en un callejón sin salida.

—A la publicidad. ¿Y tú?

—Soy cocinera, aunque ahora estoy en repostería y dando cursos. —El helado se está derritiendo, me como otra fresa más y me relamo cuando una gota de yogur resbala por la comisura de mis labios.

Durante unos segundos no dice nada, y me extraña, es como si tuviera siempre algo que decir.

—¿Qué estás comiendo? —Por un momento pienso que me he imaginado la pregunta, lo ha hecho tan bajo que no tengo muy claro si  responderle.

—Fresas y frambuesas heladas con yogur, aunque ahora ya no lo están tanto. —Según acabo de decirlo, me pregunto si ahora no pasaré un momento bochornoso porque él no me ha preguntado eso.

—¿Sabes que es de mala educación no ofrecer?

Respiro tranquila y miro la distancia entre nosotros. Por lo menos hay seis metros.

—¿Y te la tiro a ver si acertamos? —Me río porque me imagino el aspecto del patio de la cocina al día siguiente, lleno de manchas rojas y amarillas, del yogur derretido.

—Prueba.

—¿Quieres una fresa helada? —En un momento pienso en lo mala que soy apuntando, jugando a la diana soy de las que clavan los dardos en la pared, y eso cuando se clavan.

—Claro —asiente con soltura.

Le veo alejarse, salir de la terraza por la puerta que da a la habitación principal, que es la misma por la que entro y salgo yo en mi casa, y desaparecer.

Me lleva tres segundos darme cuenta de lo que va a pasar. ¡Él viene hacia aquí! ¡Oh Dios mío!… ¡Viene hacia aquí!

Miro a los lados, no sé qué hacer. Llevo un camisón de rayas rojas que es demasiado corto para recibir visitas. ¿Qué me pongo? ¿Dónde tengo unos pantalones cortos? Dejo el bol de fresas en la mesita de la terraza y entro cual loca en la habitación, para dirigirme al armario; no veo una mierda, antes no he encendido las luces por si los mosquitos entran buscando mi sangre con sabor a fresa, ¡y el timbre acaba de sonar!

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