#19# Mía.

Gracias a mis betas y prelectoras Mabel y Nury: ¡¡sois ángeles!!

 

19 Febrero 2011

EDWARD

Bajo de la bicicleta, ni haciéndome cuarenta y cinco kilómetros, después de estar toda la mañana en el proyecto de los Anderson, siento que haya podido desconectar de Bella, de lo que podría estar haciendo con ella, de lo que hicimos…

Dejo mi vehículo de las últimas horas apoyado en la pared del portal, cierro la puerta y subo las escaleras de dos en dos, tengo los cuádriceps como piedras, pero necesito llegar a la ducha lo antes posible, han sido los quince días más jodidos desde hacía mucho tiempo.

En la ducha parece que el ruido del agua y la limpieza de mi piel me distraen por unos minutos, los que dura mi baño. Salgo a la habitación empapado y desnudo, me da igual, froto mi cabeza con la toalla blanca que hay sobre la cama y con un grito desesperado me tiro sobre el colchón, rebotando.

Mi vida es complicada, en realidad, mi vida está atada. Por un momento pienso en responder a Bella y contarle mis miedos y reticencias, pero recapacito y no lo hago, si lo hiciera sé que ella estaría aquí sin pensárselo dos veces.

El móvil suena en la mesilla y levanto la cabeza para mirarlo. Lo cojo y veo que es Carlisle, me siento y descuelgo.

—¿Papá?

—No, Edward, soy Esme…

 

6 Enero 2011

BELLA

Son las dos de la tarde y estoy esperando a Edward en el Sea Tac. Estoy tan emocionada que el corazón está llamando a mi garganta y pidiendo permiso para escaparse por su cuenta y riesgo.

Esta semana hemos hablado por Facebook y por teléfono. Un montón. De hecho voy a hacer algo con mi móvil para poder hablar con él gratis y, sobre todo, para poder hacerlo por WathsApp. Hay algo de necesidad y dependencia, lo reconozco. Saber que Edward y yo estamos juntos pero que no podemos tocarnos es algo así como una broma cruel del destino.

Me pongo de puntillas y lo veo aparecer por la puerta de llegadas mirando a todos lados,  me acaba de localizar, su sonrisa crece en su cara y sus ojos se estrechan, poco a poco, según se va acercando a mí.

Me he puesto un jersey de lana blanco a modo de vestido y unas calzas negras hasta las rodillas, sin medias. Me cago de frío, pero dado que vamos en coche hasta Forks apenas tengo que estar por la calle, y quiero sorprenderlo. Mi cazadora de cuero negro me da el toque final.

Estoy clavada en el sitio muerta de nervios, sin saber por qué no he salido corriendo a por él como una desquiciada, pero creo que me gusta el acecho que él está empleando conmigo, y disfruto de este previo.

Una vez leí que si te vas fijando en los pequeños detalles de las cosas los días duran más, así que voy a atesorarlo todo para cuando tengamos que estar separados. Dado que nuestra relación, como quedamos en Los Ángeles, va a ser a distancia mientras nos vamos conociendo o reconociendo, tengo que guardarme esos momentos en mi mente para sacarlos a flote cuando los necesite.

Ya lo tengo delante, suelta la bolsa y me abraza, nuestros labios se unen, inspiramos a la vez. Su boca comienza a ejercer su magia en la mía, y estoy convencida de que si esto fuera una película romántica mi pierna derecha se doblaría por la rodilla.

Me muero por este tío.

—Estás muy sexy —susurra contra mi boca.

Yo estoy con los ojos cerrados, sonriendo y acariciando sus labios que no dejan del todo los míos, tarareo un asentimiento y vuelvo a besarlo.

Abro sus labios con los míos, introduzco mi lengua para acariciar la suya y nos hundimos en nuestros sabores. Solo ha pasado una semana y lo he echado de menos tanto que estoy ansiosa por pegarme a él como una siamesa.

Siento sus manos bajar de mi cintura para agarrar mi culo, sin darme cuenta me tiene anclada a sus caderas, solo espero que esté ocupándose de que mi jersey/vestido no esté pasando del segundo concepto al primero, porque me he puesto un tanga. Sí, sorprendente, ¿verdad? No los soporto pero me ha dado por ahí cuando yo misma me he calentado al pensar en que mi culo iba a estar en contacto directo con únicamente la lana del vestido, cien por cien accesible.

—Oh… Joder… Llevas… —se queja, y siento como baja la prenda tapándome.

Me despego de él y suelto una carcajada.

—¿Desde cuándo eres tan desvergonzada?

—Desde que tú has estado tan dentro de mí.

No dice nada, me mira mientras me presiona contra sus caderas, y sus ojos se oscurecen.

—¿Nos vamos a casa? —pregunto coqueta rozando nuestras narices despacio.

—¿Pillamos una habitación de hotel?

No me baja, no parpadea, lo está diciendo en serio; computo  las tres horas y media de viaje, el calentón que los dos llevamos encima y los días sin sexo real y respondo:

—Por supuesto.

Me suelta y de un salto llego al suelo. Coge su mochila, me da la mano y camino hacia la salida pensando en el hotel más cercano a la autopista. Ángela se quedó en uno cuando tuvo problemas con un vuelo y creo que sé más o menos la zona.

 

No nos hemos desviado de la carretera, Edward ha mantenido su mano en el interior de mi muslo todo el camino y, de vez en cuando, me ha rozado, como el que no quiere la cosa, poniéndome cardiaca. Está en la recepción pidiendo la llave y parece que quisiera entrarme un ataque de cordura, que intenta abrirse paso a través de la calentura que tengo en el cuerpo, porque creo que se nos ha ido la olla, o más exactamente a mí, que ha omitido la tormenta de nieve que se acerca.

—Vamos —el susurro de Ed rompe mis divagaciones.

Entramos y se me echa encima, me abraza por la espalda, baja el amplio cuello de mi jersey y me besa la nuca mientras sus manos me dejan el culo al aire.

—No te quites esos calcetines.

—Son calzas —me río retorciéndome entre sus brazos.

—Me da igual —su tono ronco y su erección presionando en mi trasero están subiendo los grados de cinco en cinco.

Alcanzamos la cama y saco el cobertor para dejar a la vista las sábanas, llamadme escrupulosa, pero no lo voy a hacer sobre una colcha que no estoy segura de cuan a menudo lavan. Me echo sobre ella, me doy la vuelta y me quito el jersey. Me mira y se muerde el labio inferior mientras recorre cada pedazo de mi piel con sus ojos oscurecidos por el deseo.

Se quita los pantalones, se saca el jersey y la camiseta a la vez, supongo que dejar las cazadoras en el coche ha sido una inversión en tiempo.

Se tumba sobre mí y me besa, pegándose a mi cuerpo y rozándose con mi sexo ya prácticamente empapado.

—¿Sabes en lo que he estado pensando durante, prácticamente, todo el vuelo? —dice en una pausa de besos antes de hundirse en mi cuello—. En lamerte hasta que te corras.

—¡Pero qué boca más sucia tienes! —suena a que me estoy quejando, no es así.

Mientras se carcajea va bajando por mi garganta hasta alcanzar mis pechos, los libera del sujetador, dejándolos por encima, y chupa un pezón mientras juega con su mano con el otro. Se me han quitado las ganas de replicar.

Sigue bajando por mi abdomen y me besa y lame cada parte que descubre y yo le estoy agarrando del pelo como una desquiciada, sin dejar de jadear y de decir incoherencias.

Antes de llegar a mi sexo agarra mi pierna bajo la rodilla y la flexiona abriéndome más, ¡Oh Diosssss…! Está besando mi pubis depilado por encima del tanga, ahora lo mordisquea y acaba de apartarlo para pasar la lengua por mi sexo desde abajo.

—Me quedé con ganas de hacerlo y me ha obsesionado.

Me lo ha dejado claro cada vez que nuestras conversaciones por teléfono han subido de tono.

—No lo jures… —su mano se ha colocado en mi trasero y me ha elevado un poco; a mí, evidentemente, se me han atorado las palabras.

Besa mis húmedos pliegues con la boca abierta, su dedo pulgar entra en mi vagina haciendo que a mí me falte la respiración. Su asedio es completo: lengua, labios, dedos… Sí, sus dedos han entrado en acción en mi parte trasera.

Me toca, me lame, succiona mi clítoris, me mira desde esa posición y yo me pierdo, me caigo…, me voy y grito.

Cuando bajo del cielo al que me ha enviado lo observo mirarme con su sonrisa ladeada y los labios brillantes. Me recupero, me incorporo y lo beso, con muchas ansias, provocando que se ría en mi boca, yo me lo como, lo tumbo sobre la cama, porque se deja hacer, y me pongo sobre él; libero su dura polla y apartando del todo mi tanga me ensarto en él.

Ambos dejamos escapar un jadeo ahogado y, tras unos segundos en los que me acostumbro a su tamaño, hago unos pequeños movimientos circulares.

Mmmm… —Cierro los ojos y lo gozo—. Te he echado de menos.

—¿A mí o a mi polla? —cuestiona, abro los ojos para verlo con los ojos cerrados y el ceño fruncido disfrutando de mis pequeños movimientos.

—A los dos —Me echo sobre su boca y comienzo a cabalgarle mientras lo beso con ansias.

Creo que nunca tendré suficiente de él, tengo la extraña sensación de que ya lo vuelvo a echar de menos por haber consumido nuestras primeras horas juntos.

—Voy a correrme… Joder, Bells —lo dice apretando los dientes y lo hace gruñendo.

Yo no me corro pero me gusta tanto sentirlo dentro que me balanceo despacio bajando el ritmo, hasta que él aprieta los ojos y sé que tengo que parar.

Beso su mentón, bajo por su cuello y llego a su oreja donde doy un pequeño mordisco.

—Ya te estoy echando de menos.

Sus manos acarician mi espalda y siento su polla palpitar en mi interior, me hace reír.

—Nos quedan tres días completos por delante —susurra en mi oído.

—Y ya me parece poco. Si quito las horas de sueño y las comidas en las que tendré que estar separada de ti, ya se van más de la mitad —hablo oculta en su cuello sobre él, derrotada por la actividad que acabamos de tener.

—No vamos a dormir y puedes comer sobre mí, o al revés.

Empiezo a reírme y él también lo hace, salgo de mi escondite y cuando lo veo no me lo creo.

—Ed… —susurro dejando de reír.

—Bella, —me devuelve y acaricia mi pómulo derecho con infinita ternura, la veo en sus ojos y me quedo casi sin respiración.

 

7 Enero 2011

EDWARD

Bella se ha levantado temprano y ha salido deprisa, algo sobre una urgencia en la clínica. Yo estaba destrozado, no entiendo cómo ella ha podido sacar fuerzas para salir de la cama, habrá dormido  dos horas como mucho.

Salgo de la cama sonriendo, algo que se corta de repente cuando el frío se pega a mi piel desnuda.

—Jo-der… —busco por la habitación ropa para ponerme y me lanzo a mi maleta para coger la sudadera y unos pantalones cómodos, calcetines gordos y todo lo que pueda resguardarme del frío que hace ahora mismo en esta casa—. Me cago en la puta.

Me visto deprisa, antes de que se me congelen las pelotas, y cuando termino doy unos botes sobre el mismo sitio, para entrar en calor, mientras me recorre un escalofrío.

Suena mi móvil en la mesilla y al cogerlo veo que es Bella.

—Lo siento… —se disculpa nada más descolgar—. No quería irme de la cama pero Ángela no podía con la urgencia porque estaba atendiendo otra.

—No pasa nada, pequeña, no hay problema.

—En una hora estaré allí, estoy saliendo…

—Genial, pero ahora dime por favor dónde puedo encender la calefacción, estoy experimentando una congelación.

—¡Lo siento! Ayer se me olvido dejarla programada.

Cuando me da las instrucciones colgamos porque quiero que venga cuando antes. Enciendo la calefacción, preparo café y caliento leche, para cuando estoy con las tostadas la casa comienza a templarse y yo lo noto con alivio.

Me siento en la mesa de la cocina y me quedo mirando a través de las ventanas, está nevando… ¿Y Bella va a conducir así?

Pienso en llamarla por teléfono y… ¿Y qué? Ella lleva toda la vida viviendo aquí, conduciendo en invierno sin problemas. Trato de calmarme aunque hay unos nervios extraños que no desaparecen, quiero que esté en casa ya.

De repente se abre la puerta de la cocina, la que da al exterior y yo me quedo a medio camino de beber mi café caliente.

—Oh… —eso es todo lo que dice un tipo enorme, moreno, vestido con ropa deportiva y un gorro de lana cubierto de nieve.

—¿Hola? —me levanto un tanto violentado. ¿Quién es este tío que entra en casa de Bella sin llamar y a estas horas de la mañana un viernes, cuando se supone que ella está trabajando?

—Soy… Jake. —Extiende la mano, confundido, y lo miro de arriba abajo.

Es Jake, y sé quién es Jake, y no entiendo qué cojones hace aquí siendo Jake.

—Yo soy Edward. —Le tiendo la mía y nos damos un apretón, está muy fuerte el cabrón y me lo hace notar de esa forma absurda e inútil en el saludo.

¿Acaso me estás retando?

—¿Bella no está? —Mira a todos lados y luego vuelve a mí, se le ve algo irritado y de repente lo suelta—: ¿Quién eres tú? —El ambiente se siente hostil de repente y eso me toca los cojones.

—Soy Edward, ya te lo he dicho. Y si tienes la confianza suficiente para entrar sin llamar en casa de Bella deberías saber que soy su novio.

Veo su cara de apio. «Jódete».

—¿Novio? ¿Desde cuándo?

—Mira, no creo que este sea ni el momento, ni yo sea la persona a quién tengas que hacer este tipo de preguntas.

—¿Ah no? —Mira alrededor como si fuera más que obvio que él lleva razón y mi mala hostia crece un doscientos por cien.

—Creo que es mejor que te vayas. Bella no está —inspiro y apelo a todo mi autocontrol y buenas maneras—. Vuelve cuando esté y hablas con ella.

«O no vuelvas nunca, capullo, porque no me gustas un jodido pelo, y por muy grande y fuerte que seas como se me cruce el cable te pego una hostia que te saco los dientes para que tú mismo te hagas una collar de Mardi Gras».

Parece que se lo piensa, echa otro vistazo alrededor, yo mantengo mi pose de tipo educado, enmascarando la ira que hay bajo esa fachada. «¿Qué se cree este imbécil?»

—Dile a Bella que he venido. —Se va sin decir adiós y dando un portazo.

—Como si se lo fuera a ocultar, gilipollas.

 

Termino de hacer la cama y escucho la puerta de casa, en serio, me acojono porque después de ver que Jake ha entrado como perro por su casa me puedo esperar cualquier cosa.

—No la hagas —escucho a Bella detrás de mí y sonrío aliviado—. Vamos a deshacerla ahora mismo. No se puede salir a la calle y quiero derretir la nieve del tejado desde aquí.

Se echa sobre mí en cuanto me doy la vuelta y caemos juntos a la cama. Comienza a besarme y mete sus heladas manos bajo la sudadera tocándome el pecho, me contraigo. Joder…, esto del frío es una gran putada. Ella no parece notarlo, se frota contra mi polla sin pudor y me pongo sobre ella para comenzar la rutina de la noche de: lamer, tocar, morder, acariciar y penetrar.

 

—¿Sabes que Eric y Angela han quedado? —Bella remueve la sopa, vestida solo con una camiseta blanca mía, de manga larga, unos calcetines violetas de lana gorda y unas bragas que cuando se agacha se ven preciosas sobre su culo.

—¿Eric? —pregunto mientras troceo un huevo cocido.

—El chico del que habló en Fin de Año.

—¡Ah! —caigo de repente y me acuerdo de Jasper, el cotilla, y me río—. Sí, el arquitecto.

—Ese mismo. Tiene un estudio en Port ángeles y está buscando un socio.

—¿Y Ángela va a ser su socia? —bromeo.

—¿Tú eres tonto? —me dice poniéndose a mi lado y besa mi mejilla.

—Un poco. —Sonrío y la miro.

No sé si lo que está diciendo es que ahí hay una posibilidad para mí y, definitivamente, para los dos. Ella no dice nada más y me besa, se da la vuelta y saca de la nevera un bol con salsa blanca y un manojo de zanahorias y apio.

—Jake ha estado aquí. —La conexión de mi cerebro es rápida, y mi boca no lo duda.

—¿Jake? —se vuelve y frunce el ceño, yo simplemente asiento, deposito los huevos troceados en un bol y voy a lavarme las manos con agua caliente, me cago en la puta, aquí salen cubitos directamente del agua fría.

—¿A qué ha venido? —Deja todo en la encimera y me mira.

—Ni idea. —Me encojo de hombros y trato de que no vea la mala hostia concentrada que sale a flote al hablar del tipo en cuestión—. Pero creo que le ha molestado encontrarme.

Resopla y niega.

—Esto tenía que pasar…

—¿No sabía que estamos juntos?

—No hemos hablado desde antes de Fin de Año.

—Pues ahora ya lo sabe —digo  y veo cómo ella sonríe, yo también lo hago, y ladeo la cabeza sin entenderla muy bien.

—Estás celoso —asevera acercándose, yo acorto el espacio entre los dos.

—Bueno, es posible —confirmo abrazándola, y rozo su nariz con la mía.

Su lengua acaricia mis labios y mis manos bajan a su culo para alzarla y sentarla sobre la mesa de la cocina.

—¿Así que le has dejado claro que… ? —Adelanta las caderas y se frota conmigo, descarada.

—¿… eres mía? —termino por ella y veo cómo su mirada se ilumina más allá de la lujuria.

«Es que lo eres, siempre lo has sido. Y yo tuyo».

Ese pensamiento me calienta tanto que estoy por quitarme la ropa del tirón.

Ella asiente, mordiéndose el labio, a mi pregunta, y mi mente conecta mi pensamiento con su respuesta.

Con una mano aparto sus braguitas y acaricio su sexo hinchado de todo lo que hemos follado desde que estamos juntos, ella se aprieta en mis dedos.

—Le ha quedado muy claro —jadeo en su boca, me estoy poniendo duro solo de sentir como está empapando mi mano.

Meto un dedo, ella se contrae y gime mi nombre, acaricio su clítoris primero despacio y luego con más urgencia, sin dejar de penetrarla, ahora con dos dedos; siento como se corre y quiere contener un grito, pero este sale mientras hunde sus dedos en mi pelo.

Cuando termina saco mis dedos de su empapado coño, libero mi erección y la dirijo a su entrada, hundiéndome en ella y atrayéndola hacia mí con mis manos en su culo.

Me la follo en la mesa de la cocina, porque es mía…,  «solo mía ¿Ha quedado claro?»

Capítulo siguiente.

 

 

 

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