Noches sin Luna. Capítulo #3

#3

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Voy a salir.

En cuanto Jorge descuelga el teléfono, es lo que le digo.

—No te creo, ¿me llamas para que te anime o para que te desanime? —Siento su guasa a través de la línea.

Acciono el manos libres para poder verter sobre las cápsulas la mezcla para hacer los cupcakes redvelvet, me voy a poner como una foca estos días.

—Para decírtelo, solo eso. Estoy que me subo por las paredes, y es por ese chico. Me ha dado un beso… en la mejilla —aclaro.

—Estás desarrollando una obsesión —me advierte con sorna—, y tú no eres obsesiva. ¿Qué hay de malo en que te haya besado?

—Me ha gaseado con su olor y no me lo puedo quitar de encima. ¡Hace unos minutos me he dado la vuelta pensando que estaba detrás! Así que hoy nada de daiquiris en la terraza sola, hoy me voy a tomar una copa a los chiringuitos de la playa, con gente alrededor que huela a otra cosa. —Abro el horno e introduzco la bandeja—. Y en otro orden: ¿cómo estás tú?, ¿qué ha pasado con Adrián?

—Nada, estamos sin novedad al frente, creo que me voy a ir contigo el resto de la semana.

—Me harás un favor, desde luego. Pero creo que deberías llamarlo. Esto no te está haciendo bien a ti tampoco. Guarda tu orgullo y hablad las cosas, Jorge.

—No te pongas intensa, por favor.

Dejo todos los cacharros de la mezcla en el fregadero y me limpio las manos en un trapo de cocina.

—No lo hago, solo te digo lo que pienso. —Comienzo a trabajar la mantequilla con las varillas y dejo el azúcar tamizado cerca para ir añadiéndola; como siempre, se me hace la boca agua cuando comienzo a preparar la cobertura—.  Aunque no tenga todos los detalles, estoy segura de que ayer te pusiste como una loca, te conozco, J, y probablemente ni siquiera le dejaste hablar.

—Cómo lo sabes, cacho bruja.

En este lugar hacen un daiquiri espectacular. El chiringuito, que bien podría llamarse club nocturno de playa, está decorado con Moais de Rapa-Nui, es como si estuviera en la Isla de Pascua tumbada sobre una hamaca con telas blancas y vaporosas, moviéndose por la ligera brisa del mar. De fondo se escucha la voz de Monique Bingham mezclada con un ritmo electrónico ligero, me encanta.

Me siento bien. Me he despejado saliendo de casa y, sobre todo, dejando la piscina, donde, por un momento, me he vuelto loca deseando que los chicos estuvieran en la suya, y así poder escuchar la voz de Breixo. La palabra «obsesión», de Jorge, viene a mi mente una y otra vez.

Ahora ya no, en estos momentos mi relax es sublime, miro al cielo y sonrío encantada del momento.

No hay mucha gente, pero me doy cuenta de que poco a poco, y de forma nada bulliciosa, se van llenando las hamacas y asientos dispuestos por toda la arena.

Cierro los ojos e inspiro profundamente, de repente me quedo bloqueada;  sándalo, cúrcuma y canela entran en mí con una fuerza superior al olor del mar que tengo delante de mis narices. «Obsesión», me lo repito mentalmente con la voz de Jorge.

—Yo me voy a ir pronto a casa.

Abro los ojos como platos, reconozco esa voz, y no es precisamente la de mi obsesión, aunque esta también tiene su casa al lado de la mía: es uno de mis vecinos.

—¿En serio? No jodas, la noche es nuestra. ¿Es que Susana te dejó para el arrastre?

—Mañana no quiero ir potando en la travesía, y bueno… no he dormido en toda la noche —dice de forma sugerente—, si es a lo que te refieres.

Las risotadas conjuntas inundan el ambiente, ensordeciendo la propia música unos segundos. No quiero volverme, no quiero levantarme, las voces vienen de detrás de mí y estoy segura de que están justo en la mesita libre que tengo a mis espaldas. Menuda suerte tengo.

Me concentro en la música, una voz negra empastando con un saxofón y con un  ritmo pegadizo y suave…

—¿Sofía? —la pregunta con esa voz me hace reaccionar.

Sí…, esa soy yo. Esa que esta mañana toda resuelta te ha dicho su nombre, esa loca que se precipita a todos tus caminos como si no tuviera vida propia…

Freno mi destrucción interna y lo miro, no tengo más que girar la cabeza hacia la derecha y ahí está. A la luz tenue, que surge de la zona de la barra y de las velas colocadas estratégicamente en cada mesa; el tío está más rompedor que a la luz del día. Se ve incluso más mayor, no tan chavalín.

Lleva una camisa negra, parece lino por la arruga que hace en su parte frontal, y la lleva recogida hasta la mitad del brazo, por fuera de un pantalón vaquero claro y desgastado. Mmmm… mi gatito interior se relame porque apuesta toda su leche a que le queda perfecto en el culo. ¿Desde cuándo tengo un gatito interior? Esto roza la enfermedad, me he visualizado relamiéndome y ronroneando.

—¿Eres tú?

Lo miro sorprendida, y aunque él pueda interpretarlo como la sorpresa por habernos encontrado, la realidad es bastante más bochornosa debido a mi tren de pensamientos.

—Sí… Breixo, ¿verdad? —Me voy a incorporar para no resultar una maleducada.

—No, tranquila, no te levantes.

En realidad no sé qué hacer, apenas hemos hablado como para decir algo más.

Observo como mira mi mesa con el solitario daiquiri y espero la pregunta.

—¿Puedo sentarme?

No, esa no era la pregunta, eso es dar por sentado muchas cosas con solo un vistazo. Pero ¿a quién quiero engañar? No puedo decirle que no porque me acaba de poner en bandeja pasar un rato con él sin forzar ninguna situación. Entonces me doy cuenta de que mi cerebro estaba tramando, a mis espaldas, cosas para tener algo  más  que hablar con él… ¿Hablar? Por supuesto.

—Claro… ¿Has venido solo? —Soy tan mentirosa y tan perra que me río internamente, y eso saca una sonrisa exterior que, por lo que veo, a él le complace y me la devuelve mientras mira detrás de mí y se sienta en la hamaca.

No me reconozco, esto de estar de vacaciones me está haciendo ser mucho más coqueta, si Jorge me viera…

—No, he venido con unos amigos, pero no les va importar que no esté con ellos un rato.

Y no entiendo muy bien por qué, pero mi interior se retuerce de una forma inquietante.

El camarero se acerca y él pide una Heineken, cuando se va, Breixo me mira a través de sus pestañas oscuras. Una pena que no se vea el color de sus ojos.

—¿No te atreves con los combinados? Hacen unos cócteles geniales.

—Soy de ideas muy claras. —Dirige la vista a mi bebida que tengo entre las manos.

—¿Y bien? —Me encojo de hombros—. ¿Qué tal? ¿De qué hablamos? No nos conocemos.

Es algo absurda la situación, aunque a ninguno de los dos se nos nota incómodos, yo desde luego, contra todo pronóstico —debe ser el alcohol—, no lo estoy.

—Creo que le estamos poniendo remedio, ¿no?  —Su sonrisa es arrebatadora; así, como suena de cursi.

—¿Empezamos por la edad? —Ahí está mi yo boicoteador, sabía que lo tenía y obraría por su cuenta.

Breixo suelta una carcajada.

—Eso es de mala educación, no me gusta inventármela.

—Qué caballero. —Asumo que lo hace por mí, o quizá por los dos, porque la diferencia va a ser tal que, de repente, me puedo convertir en su madre. Si le hubiera tenido a los… ¿diez, doce años?

—Al revés.  —Se inclina hacia delante y apoya sus antebrazos sobre las rodillas, a la vez que yo me descalzo para sentir la arena bajo mis pies—. Pero si tú quieres decirme la tuya…

—Respetaré tus principios. Igualdad de condiciones, ya sabes  —le digo sonriendo, y asiento.

—Y ya que hemos dejado esa parcela cubierta, ¿qué haces por aquí?: ¿vacaciones?, ¿vives aquí, en esos chalets alucinantes?

Me río y bebo de mi combinado mientras el camarero le deja el botellín verde delante, sobre un posavasos.

—Ya me gustaría vivir aquí.  —Muevo la cabeza negando—. Vacaciones solitarias de última hora.

Eleva las cejas interrogándome en silencio, me da la sensación de que es periodista y sabe sacar partido de cada palabra.

—Iba a venir con un amigo, pero en el último momento se echó atrás. —No puedo evitar hacer un gesto de resignación pesarosa.

—Vaya, lo siento.

Veo como se tensa en su asiento y da un trago a su cerveza.

—Oh…, no pasa nada. Conoció al amor de su vida.

—Joder… —Parece como si fuera a sentarle mal el trago, y me doy cuenta de que lo está malinterpretando todo.

—No estoy hablando de mi novio —aclaro, y bebo de mi combinado.

—¿No?

Observo, complacida, como se relaja. Los aires de la costa me transforman, no solo capto las señales para los demás, aquí estoy viendo cosas que me afectan a mí.

—He dicho amigo.

—Perdona, es que no me ha sonado así. —Se lleva el botellín a los labios, y mis ojos van a sus brazos y a su cuello que expone, glorioso y tentador, cuando se inclina hacia atrás para beber. Es totalmente comestible.

—Ha sido más tu interpretación —respondo cuando vuelve a posar su cerveza.

—Me has pillado.  —Y su sonrisa, casi inocente, me conmueve—. Me ha acojonado no ser capaz de consolarte en esa situación.

Nos miramos y él no se ríe. Está hablando en serio. Vuelvo  a beber del cóctel.

—¿Y de qué eres capaz? —¿De dónde ha salido esta tipa? ¿Me estoy convirtiendo en una… zorra? A los daiquiris de la playa le deben echar algo diferente.

Soy testigo de cómo coge aire por la boca, como si fuera a decir algo, y la cierra de nuevo, lo he dejado K.O. Inclina la barbilla y me mira, entrecerrando los ojos, con una sonrisa lenta que me derrite cuando su lengua sale discreta y humedece la parte central de sus labios, y que culmina, para contribuir a mi forma líquida, mordiéndoselos muy ligeramente.

Elevo la ceja izquierda automáticamente. Estoy bastante sorprendida de mí misma. Creo que mi cerebro interpreta que, al haberme tocado pensando en él, ya hemos traspasado la barrera del sexo.

—¿Y tú? —Me devuelve la pelota, tensando más todavía el ambiente que hemos ido creando y al que yo le he metido unos cuantos voltios.

—¿Acaso eres gallego?

—Por supuesto.  —Su carcajada distiende de nuevo el ambiente—. Soy de un pueblo cerca de Santiago.

—Adoro esa ciudad. Siempre que puedo me escapo.

—¿De dónde eres? —pregunta interesado.

—De Madrid, pero no me suelo quedar quieta, a no ser que las obligaciones me lo impidan. —Voy a añadir, con mi repentina verborrea, que es Jorge quien me suele acompañar, pero creo que no quiero volver ahí otra vez; se siente como si hubiéramos capeado ese temporal y estuviéramos fuera.

—A mí también me gustaría pasar más tiempo allí.

—Pues tú no tienes seiscientos kilómetros —digo como si supiera dónde vive, se me está soltando la lengua.

—No, en realidad tengo unos mil doscientos. Pero supongo que en avión tardo menos que tú en llegar. —Me guiña un ojo juguetón.

Algo que, entre todos los gestos que tiene, debería estar prohibido porque hace que me suba calor desde las puntas de los pies hasta… Se ha quedado en mi vientre y eso es malo.

Bebo otra vez del daiquiri, se está terminando.

—La pregunta es obligada. Pero podrías dejarte de tanto misterio —planteo, y le doy el último sorbo a mi combinado.

Me sorprende con una carcajada, y su olor me llega de una forma más contundente porque se ha acercado a mí quedándose casi al borde de su hamaca.

—Londres.

Y no puedo decir si me lo ha susurrado o si es mi mente que vuelve a hacer de las suyas, pero de repente miro al suelo, porque no puedo mirarle a los ojos. Es como si en el tono de esa confesión fueran implícitas muchas cosas más, que yo, llegados a este punto de miradas, sonrisas, olores a sándalo y canela, y calor…, mucho calor, estoy como loca por hacer.

—¿Quieres otro daiquiri? —pregunta, y vuelve a romper la tensión.

—Sí, creo que me voy a pedir otro.

Levanta el brazo y llama la atención del camarero, que está en otra mesa. Entonces un grito detrás de mí nos hace volvernos, para ver como uno de mis vecinos está en el suelo sujetándose el pie y aguantando más gritos similares al que hemos escuchado.

—¿Qué le pasa? —Breixo se acerca a ellos; y yo me levanto caminando detrás de él—. ¿Nacho?

Se arrodilla a su lado, y los chicos le miran entre asombrados y asustados.

—No sé, creo que se ha golpeado el pie con la mesa.

El tal Nacho, en el suelo, emite varios juramentos en gallego y se agarra los dedos del pie derecho con sus manos.

—Me lo he roto… Jodeeeer, ¡me lo he roto!

—¿El pie? —El más bajito de todos se arrodilla con él y lo mira, alternando su cara con el pie descalzo que se agarra.

—El dedo… ¡qué dolor!

Dadas sus muecas tiene que doler.

—Vamos al médico. Que te lo miren en urgencias. —Un chico rubio, de nariz aguileña, le sujeta por el brazo para ayudarle a levantarse.

—Qué va…, si no me van a hacer nada. —Nacho insiste y de repente parece que se repone, como si hubiera desarrollado un miedo inmediato a ser atendido por un médico—. Si además me va a dejar de doler en seguida —dice mientras aprieta los dientes.

—Pero si parecía que te habían disparado hace un minuto. —El chico moreno y de pelo rizado le increpa—. Vamos, te lo miran y te dicen lo que tienes. Punto.

—Venga, Nacho, vamos.

Finalmente Breixo le hace levantarse y me mira. En sus ojos se dibuja la disculpa; yo sonrío  y muevo la cabeza despacio, quitándole importancia.

Mientras el accidentado se pone en pie y es ayudado a salir por el resto de amigos, Breixo se acerca al camarero le pide mi copa y deja pagado todo. Ni siquiera me da tiempo a participar.

—Supongo que no te importará quedarte sola.

—No, claro, es como estaba hace un rato. –Espero que le decepción no se haya filtrado en mi voz.

—Lo siento, ¿nos podemos ver en otro momento? —pregunta, bajando la voz, y de verdad que parece interesado.

—Cuando quieras, ya sabes dónde estoy. —No puedo evitar pensar en mi respuesta y darme cuenta de que, definitivamente, hay una zorra en mí muy tremenda. Eso ha sonado lascivo, ¿no?

Se acerca y me besa en la mejilla, quedándose unos segundos más que en un beso formal; y yo aspiro su olor, que me inunda y hace que mi estomago vibre.

—Lo sé. Gracias. —El susurro en mi oreja me pone la piel de gallina, y ese efecto viaja hasta el vértice de mis muslos.

Los veo alejarse, y una sensación de vacío se apodera de mí. Miro mi hamaca y mi copa en la mesita, no me apetece quedarme sola aquí, el sitio se siente más vacío ahora que él no está.

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4 comentarios en “Noches sin Luna. Capítulo #3

  1. Es una de las ventajas, aunque yo también voy a echar de menos la interacción. Me alegro que no hayas podido resistirte, y muchas gracias, de verdad. 😉
    Besoides ❤

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  2. Pues quería hacer dudar un poco estos 3 capítulos pero ya me los he ventilado y aun queda una semana para que tenga el libro, así que ahora me toca esperar.
    Le he cogido manía al que se ha roto el dedo, mira que jorobarnos una conversación tan interesante!
    Bueno nena, te deseo la mejor de las suertes en esta aventura, a mi me encanta como escribes y seguro que a mucha más gente le va a pasar igual.
    Me va a dar pena perder la interacción que hay cuando se publica en un blog y por capítulos pero por otro lado no voy a tener que esperar por cada capi 👏👏👏 😄

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