Capítulo 13

14 Septiembre

Bella POV

Habían pasado tres semanas desde que volvimos de Miami, y Edward y yo no nos habíamos visto.

El fin de semana pasado, que era el que habíamos quedado, sus padres se presentaron el jueves, por sorpresa, en Nueva York, para quedarse unos días. Aunque no se quedaban en su casa no era plan de que la primera vez que nos viéramos después de los tres maravillosos días en Miami fuera conociendo a sus padres.

Así que, este fin de semana era el momento.

Viernes, por fin, el sonido del móvil me despertó, si, mi chico me daba los buenos días, y hoy eran buenísimos.

«Buenos días preciosa, ¿te haces una idea de cómo te voy a dar los buenos días mañana? Mmm… un beso dulce para ti»

Estos despertares hacían mi día más llevadero, deseaba encontrarme de nuevo con él, los mensajes de esta última semana se habían convertido en el preludio del fin de semana que por fin compartiríamos.

Hoy tenía que darme más prisa en todo, mi vuelo salía a las dos menos cuarto del mediodía y había pedido el día, pero Martin me solicitó por favor que por la mañana atendiera a unos caballos de unas cuadras a las afueras de Taunton, y con ello no me quitaba el día de vacaciones.

Cogí la mochila, que había preparado para mi fin de semana del amor, y con un batido de chocolate en la mano salí de casa.

En mi cara la sonrisa no se borraba, no veía el momento de estar de nuevo entre sus brazos.

Llovía para variar, pero la temperatura, a pesar de la humedad, estaba bien. Hoy el tiempo no me fastidiaría el humor, ni el que se pusiera a nevar me lo aguaría.

«Estoy a una hora y media de tu abrazo y de tus besos. Ya no tienes escapatoria Doctor Cullen, he salido a por ti…y no he desayunado…»

Saqué mi libro una vez sentada en el avión y asegurada al asiento. No creía que pudiera leer mucho, los nervios se me anudaban al estómago.

A las tres y veinte de la tarde tomamos tierra, respiré hondo. Las ganas de estas tres semanas  se concentraban dentro de mí, tenía la sensación de que iba a explotar de felicidad.

No llevaba más que equipaje de mano, así que acelerando el paso, una vez me tocó el turno en el estrecho pasillo del avión, salí al aeropuerto.

Las puertas se abrieron y a lo lejos distinguí una cabellera broncínea, para al momento ver unos ojos verdes que me sonrieron dando la bienvenida.

Se podría decir que corrí, pero yo no lo noté, salté sobre sus brazos, enrollé mis piernas a sus caderas, y me fundí en un abrazo necesario para mi alma después de la agónica espera estas semanas.

Sentí como aspiraba en mi cuello, y me convertí en un cuerpo desmadejado en sus brazos.

—Es mejor de lo que recordaba…—Susurró contra mi cuello, enviándome una sensación electrizante a todo el cuerpo.

Me separé lo suficiente para mirarle a la cara, hundirme en la profundidad de sus ojos, delinearle con la yema de mis dedos su mandíbula y sus labios.

—Yo también lo creo…—Le dije a milímetros de su boca. La cual acercó suavemente a la mía, rozando los labios, creando un momento nuestro, una burbuja propia.

Lentamente comenzamos a besarnos, dándonos tiempo a reconocer cada parte de nuestros labios, de nuestra lengua, de cada cavidad en nuestra boca.

Antes de convertir el beso en urgente nos separamos, estábamos en el aeropuerto, aunque nuestros sentidos no lo notasen.

—Me niego a bajarme de aquí…—Le dije con pucheros, me sonrió.

—No lo hagas. —Me besó la punta de la nariz.

—¿No te importa que nos miren?—Alzó una ceja.

—¿A ti si?

—No—Contesté tajante.

El trayecto hasta la parada de taxis lo hice hundida en su aroma, en el hueco entre su hombro y su cuello, respirando profundamente, sintiéndome enamorada y correspondida, sin reservas.

Una vez llegamos al vehículo me bajé muy a mi pesar, era complicado meternos dentro del coche los dos a la vez, pero en cuanto nos metimos dentro y Edward dio la dirección, me cargó en sus brazos de nuevo.

Acomodé mi cabeza en su hombro aspirando su olor de nuevo y llenándome de él. Edward acariciaba mi cara, mi pelo, mis piernas, mi espalda, despacio, como si las memorizara con la mano, como si les diese la bienvenida.

Cuando paramos en la Quinta Avenida, en frente de Central Park, me quedé con la boca abierta.

—Vamos pequeña. —Me cogió por la cintura apremiándome a entrar —Quiero tenerte en casa. Ya. —Me susurró al oído.

—¿Vives aquí?—Le pregunté deslumbrada.

—Y si no… ¿Qué hacemos entonces?

Estaba alucinando, la ubicación era más que excepcional, claro después de Four Seasons… ¿Qué  podía esperar?

Nos metimos en el ascensor, nunca le había dado importancia al nivel de vida de Edward, ni siquiera le di vueltas al coste que habría tenido nuestro alojamiento en Miami, pero estaba claro que estaba fuera de mi nivel.

—No me habías dicho que vivieras en pleno Manhattan.

—No lo preguntaste. — Llegamos al piso once y el ascensor paró.

Abrió la puerta de su piso  y un inmenso loft se presentó ante mí. Decorado en tonos metálicos, negros y detalles en blanco, como una gran alfombra mullida bajo el sofá, ocupando el espacio hasta la gran ventana, dejando sin cubrir un par de metros hasta la chimenea, situada a un lado del ventanal.

A la izquierda una cocina en acero, separada del salón por una barra con taburetes.

A la derecha una gran librería blanca que separaba el salón de lo que parecía el dormitorio, ya que asomaba una esquina de la cama.

Unas escaleras de caracol situadas en una esquina de la cocina daban a una puerta alta de la pared.

—Quieres seguir mirando o puedo desnudarte ya…—Edward me habló al oído, y me sacó de la revista «Decora tu Loft» de repente.

—Lo siento Ed…—Me volví hacia él—…soy muy obvia…— le di un pico.

—No importa, yo también lo soy—Y con una sonrisa ladina me cargó y me llevó a su cama.

Hicimos el amor con urgencia, con un deseo apremiante que nos había consumido estas semanas separados, llegando a esa conexión que nos hacía olvidarnos de donde estábamos. En una entrega absoluta de cuerpo y alma.

Edward estaba apoyado en el cabecero de la cama, y yo acurrucada sobre él, a horcajadas. Exhaustos. Recuperando el aliento.

—Te he echado de menos, peligrosa—Susurró.

—¿De veras?—Ronroneé en su cuello. —Dime el qué. —Solicité mimosa.

—¿Otra vez?—Me abrazó paseando sus manos por mi espalda.

—Aha. —Besé su cuello.

—Tu facilidad para sorprenderte. —Me incorporé para mirarle de frente. —Tu cara al entrar al piso, eres incapaz de disimular lo que piensas, lo que sientes, y eso me fascina de ti.

—Es que tienes un piso como los que veo en las revistas. —Se rió atrayéndome a su cuerpo.

—Tu arrollante sinceridad—Besó mi cabeza.

—A veces molesta, seguro. —Chascó la lengua.

—No lo creo…

Me acurruqué más contra él.

—Tus reacciones a mi tacto— pasó sus yemas por la zona lateral de mi abdomen, haciendo que se me erizara la piel.

Me incorporé de nuevo, haciendo que mi sexo hiciera presión contra el suyo, empezando a sentir su reacción. Le puse una sonrisa inocente. Él me la devolvió torcida, accionando todas mis alertas.

—El sabor de tus besos— En un movimiento rápido inundó mi boca con su lengua sin aviso previo, y me tumbó de espaldas en la cama.

—El sonido de tus jadeos—Me dijo sobre mis labios. Presionó sus caderas contra mi centro haciéndome soltar un jadeo por su contacto. Notando como la humedad se instalaba de nuevo en mi entrepierna.

Descendió besando mi mentón y llegó a mis pechos. Lamió uno de mis pezones, erecto por su labor en él, lo succionó y jugueteó con él entres sus dientes. Haciéndome gemir de nuevo. Me excitaba sobremanera.

Su cara se puso a la altura de la mía.

—Como se dilatan tus pupilas ante el placer…—me susurró cerca de mi boca, y mirándome a los ojos sentí como me penetraba lentamente.

Conectados por nuestras miradas, entraba y salía de mi interior, pausadamente, provocando sonidos de placer que abandonaban mi cuerpo sin abrir la boca. Mordí mi labio inferior, estaba completamente ida, a pesar de que sus ojos me anclaban a la realidad del momento. El gimió ante mi gesto.

—Como te muerdes el labio cuando disfrutas. — Aumentó el ritmo de las embestidas, y yo sentí como el nudo de mi interior se tensaba más.

—Como te sonrojas…Joder— Gimió cerrando los ojos, disfrutando de la fricción de nuestros sexos. —Te…he…echado…tanto…de…menossss.

Incrementó la velocidad y yo perdí el sentido.

—¡¡Oh!! … Edwwaaarddd—me fui, en un éxtasis total, sintiendo entre mis espasmos como al momento él lo hacía conmigo, con un latigazo que recorrió su cuerpo.

Dejándonos sin resuello, rodó sobre mí llevándome con él sobre su pecho.

Apoyada sobre mis manos y estas sobre su pecho me quedé mirando a ese hombre que provocaba que todo mi ser perdiera el norte en sus brazos. Estaba buceando en sus ojos verdes, sentí que hinchaba el pecho y con ello me elevó.

—Te quiero. —Susurró.

Me acerqué a sus labios y los besé despacio, sintiendo como cada milímetro de mi piel entraba en contacto con la suya. Me separé y volví a fondear mi alma en sus ojos.

—Te quiero…—le devolví.

Mis tripas rugieron de hambre, me puse colorada ante la impertinencia de mi organismo en semejante momento, Edward besó mi nariz y rió.

—Soy malo contigo. Ni cuenta me he dado que te tengo sin comer. Voy a preparar algo. —Se levantó.

—¿Te ayudo?—le pregunté perezosamente desde la cama. Me enrollé con la sábana.

—Como quieras, aunque solo te dejaré mirar.

—Eres un cielo…lo sabes ¿verdad?

Me quedé tumbada en la cama, pensando en la felicidad que en ese momento me embargaba, ¿podría pedir más?, ahora mismo no.

Me levanté y me puse las braguitas que encontré encima de la almohada, fui al salón y me puse a mirar los libros que tenía.

La librería era grande, y alta, casi tanto como el techo.

Tenía libros de medicina general, de pediatría, de cardiología…y libros de historia, grandes títulos, enciclopedias de arte…

«La insoportable levedad del ser»

Lo cogí, y comencé a leer el principio.

—¡Creo que mi estantería nunca se vio tan sexy!—Dijo Edward desde la cocina.

Levanté la vista del libro, estaba con un delantal negro, y no sabía si desnudo del todo, mirándome, mientras el vapor de una de las cazuelas subía detrás de él.

Él sí que era sexy, como si estuviera en la portada de una revista, ¿Cómo era posible que fuera tan jodidamente atractivo?, era una chica afortunada.

Le saqué la lengua, en un gesto totalmente infantil. Volví al libro y fui a sentarme al sofá de cuero negro, con una manta blanca me tapé.

Inmersa en la vida de Tomás sentí el beso de Edward en la mejilla. Levanté la vista.

—La comida está, preciosa.

—Mmmm, rubio…—Me relamí ante el plato de pasta al pesto que había sobre la mesa, además de la tabla de quesos, y una ensalada con frutos secos. — Me muero de hambre.

El sábado por la mañana fuimos hasta Battery Park, paseando y haciéndonos carantoñas todo el tiempo, estar con Edward era estar en el cielo.

Caminando llegamos hasta un restaurante Ucraniano llamado Veselka, Edward conocía al dueño.

—¡Edward! ¡Cuánto tiempo!— estábamos sentados en una mesa en el exterior con la carta en la mano.

—Thomas. —Edward se levantó y se abrazaron dándose unas palmadas en la espalda.

—Carlisle y Esme estuvieron la semana pasada, y les pregunté por ti chico, estabas desaparecido.

—Sí, ya me dijeron, bueno no tengo excusa, soy un poco dejado y me muevo por mi zona únicamente. —Edward se volvió hacia mí que me levanté como un resorte al intuir su siguiente movimiento. —Mira Thomas, ella es Bella…mi chica.

Con una enorme sonrisa ante la presentación le saludé tendiéndole la mano.

—No querida, ¡¡dame un beso!!—y me acercó tirando ligeramente de mi mano— Edward tiene chica…¡¡No escuché las campanas repicar!!—rió sonoramente.

—Vamos Thomas, no seas así. —Edward se sonrojó.

—¿Lo sabe Esme?, se va a volver loca…además,—me miró fraternalmente. —Es preciosa muchacho.

—Algo sabe…—dejó caer Edward guiñándome un ojo.

Me sonrojé hasta el límite, la mención de su madre, que luego me piropeara…

—Tengo que ir a recoger a Sally, está mimosa y me ha pedido que la vaya a buscar como si fuéramos novios. —Volvió a reír.

—Dale recuerdos de mi parte, Thomas. A ella hace más tiempo que no la veo.

—La verás dentro de unos minutos, comeremos aquí, después tenemos que ir a por los chicos, vienen de hacer un viaje por Europa. —Hizo un gesto de preocupación. — Adolescentes, menos mal que llegan enteros. Si queréis podemos comer juntos, si no interrumpimos nada, claro, a Sally le va a encantará verte, y más en compañía. —Miraba a Edward mientras inclinaba su cabeza señalándome.

Edward me miró interrogándome con la mirada. Yo asentí, se notaba que había ganas de hacerlo por parte de los dos, solo sería una comida, y aunque sentí un egoísmo innato en mi de no compartir con nadie me dije que nos quedaba mucho fin de semana por delante.

—De acuerdo, os esperaremos entonces.

Sally resultó ser una mujer encantadora, la dueña de una clínica veterinaria a unas cuadras del restaurante de su marido. El St.Marks Veterinary Hospital, donde sobre todo estaban especializados en pequeñas mascotas y animales exóticos, de acuerdo con las tendencias que los habitantes de Nueva York adquirían.Le hablé de mi trabajo en Taunton, mi especialidad en veterinaria de animales grandes, de granja y sobre todo de caballos. Le pareció interesante.

—Si en algún momento te trasladaras a Nueva York,—dijo mientras dirigía la mirada discretamente a Edward —te rogaría nos hicieras una visita a la Clínica, la gente cada vez se anima más a tener caballos, con esta moda de tener casa con terreno a las afueras, y es un área que todavía no tenemos cubierta, sería interesante. —Terminó cogiéndome la mano y apretándola ligeramente, dando veracidad a lo que decía.

Mi corazón palpitó fuerte ante la posibilidad no planteada de venir a vivir con Edward.

—Gracias, Sally,sería un honor, llegado el caso. —Miré a Edward de soslayo, que sonreía abiertamente mientras me miraba. —Lo tendré en cuenta. —Terminé sonrojándome.

El fin de semana pasó muy deprisa, tanto que ya estábamos despidiéndonos en el aeropuerto, allí donde el viernes era todo alegría, ahora se había convertido en un drama por la inminente separación.

—No soporto esto —me decía contra mi boca—. No quiero que te vayas. —Me besaba— Quiero despertarme cada mañana a tu lado.

—Lo sé…—Me abracé a él, acoplándonos el uno al otro. —Yo también. —¿Por qué teníamos que pasar de nuevo por esto?

Capítulo 14

4 comentarios en “Capítulo 13

  1. Creo que me voy a la cama. No sé que tienes, hija, pero ya me lo leí en su momento, y ya ves lasa 2.20 de la mañana y lo dejo en el cap 14, si no mañana no voy al baloncesto del niño!!!!!!!! Ains, cóo me tienen estos dos de pilladaaaaa otra vez!!!!!!!!

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